11. Noemí





Por primera vez mi enfermedad me ha impedido cumplir con los compromisos de mi editorial. Es evidente que mi estado de salud empeora cada día que pasa. Ha sido una bendición que conociera a Alicia en este crucial momento. Por primera vez no puedo valerme por mí mismo y necesito ayuda. Empiezo a sentir los dolorosos preámbulo de la muerte. Estoy inquieto por la entrevista con la joven Noemí.

Hay algo en ella que me resulta familiar, como si la hubiera conocido en una vida anterior. Pero, por otro lado, presiento que trae consigo graves sucesos que pueden alterar lo poco que me quede de vida. Alicia parece compartir mi inquietud. Puede que se trate de una rival con ventaja, porque Noemí es una joven muy agraciada. Es de una complexión mediana, sus larga melena, de un elegante color castaño y sus armoniosas formas, la hacen una joven muy atractiva.

Entra en la sala acompañada por mi agente. Parece inquieta o tal vez nerviosa. Me contempla postrado en el sofá. Debe comprender lo inoportuno de esta entrevista. Al acercarse siento en su mirada una profunda lástima. Parece que siente mi enfermedad como si ya nos conociéramos. Le ruego que se siente en el sillón contiguo.

—Y bien, Noemí, ¿qué es eso tan importante que tienes que decirme?

Hace un ademán para sentarse, pero vuelve a mantenerse erguida, algo le inquieta. Cambia una mirada con mi agente y con Alicia, que permanece junto a mí, recostada sobre uno los brazos del amplio sofá:

—¿Podríamos estar solos unos minutos —me ruega visiblemente nerviosa—, lo que tengo que decirle es muy personal.

Mi agente cambia una mirada de interrogación conmigo, y Alicia se inquieta, porque debe creer que la joven es definitivamente una temida rival. Si les ruego que nos dejen solos, pensarán que no les tengo confianza, pero ahora estoy vivamente interesado en lo que esa joven quiere decirme. Les ruego que nos dejen solos. Alicia no puede evitar cambiar conmigo una mirada triste y a la vez de duda, pero respeta mi deseo. Los dos salen de la sala sin ningún reproche. Noemí los sigue con la mirada y parece aliviada cuando cierra la puerta tras de sí. Durante unos instantes, en que parece ordenar sus pensamientos y tranquilizarse, no aparta su mirada de un punto indeterminado de suelo. Después alza su mirada y visiblemente emocionada me pregunta:

—¿Recuerda usted quién escribió este verso?:




Si tu corazón fuera espuma, yo sería océano;

Si tu alma fuera cielo, yo sería nube;

Si tu mirada fuera lluvia, yo sería campo;

Si tus manos fueran agua, yo sería sed.




Es como si un rayo cruzase mi mente. Tengo una poderosa intuición, pero me niego a reconocerla. ¿Cómo ha llegado ese poema a esta joven? No respondo, pero soy yo quien hace la siguiente pregunta, y siento que mi respiración se hace difícil y mi viejo corazón se agita:

—¿Quién lo escribió?

Ella me mira y siento en su mirada una profunda ansiedad. Está al borde del llanto.

—¡Lo escribió mi madre hace veinte años...!

Rompe a llorar en silencio y se cubre el rostro con sus manos. No se atreve a mirarme. Yo me siento aturdido, y no sé cómo reaccionar. Me hago la pregunta de la que espero con ansiedad una respuesta: ¿Es esta joven mi hija? Si es así, ¿cómo han podido pasar todos estos años sin que su madre me lo dijera? Sí, es posible; hicimos el amor pocas semanas antes de mi traición, y no tomamos ninguna precaución. Pero, ¿cómo debo comportarme con ella? No puedo sentir afecto paternal repentino por alguien que no conozco, aunque sea mi propia hija. Necesitaremos algún tiempo para conocernos y mantener una relación normal de padre a hija.

Por un lado la noticia me llena de júbilo, pero por otro me entristece, porque durante veinte años he ignorado su existencia y cuando la conozco apenas me quedan unos meses de vida. He conseguido recuperar la calma, tengo que obrar con sensatez.

Espero que ella también recupere la calma y me aclare mis muchas dudas. ¿Dónde está su madre? ¿Por qué ha mantenido a mi hija lejos de mí todos estos años?

Mi supuesta hija se ha calmado y deja de llorar. Se vuelve hacía mí con una mirada de súplica, porque espera que le demuestre de alguna manera que la he adoptado. Pero yo necesito algunas respuestas:

—Querida Noemí, debes comprender que esta situación es muy confusa. No puedo comportarme como un padre en unos instantes. Cálmate y cuéntame por qué no me habéis contactado antes. ¿Dónde está tu madre? Pero permite que vengan mi agente y Alicia, son de absoluta confianza y pueden estar presentes. No debo mostrarles desconfianza.

Mi supuesta hija asienta con un leve movimiento de cabeza mientras se seca las lágrimas y trata de recuperar la calma. Llamo a mi agente y a Alicia y les pongo al corriente de la nueva situación. Ambos están perplejos y no saben qué decir. Alicia se acerca a Noemí y trata de consolarla acariciando su larga y sedosa cabellera. Noemí se lo agradece con una sonrisa. Ya parece que está calmada. Espero que pueda despejar todas mis dudas.

Comentarios