12. La historia de Noemí






—Yo no he sabido que usted era mi padre hasta hace apenas un mes, cuando necesitaba una novela para un trabajo sobre la literatura actual y encontré en la biblioteca de la facultad una de sus novelas. Cuando vi su fotografía me asombró nuestro parecido físico, pero no le presté más atención, pero cuando leí la descripción del personaje femenino, me di cuenta de que estaba describiendo a mi madre.

Leí todas sus novelas y en todas con pequeños cambios, seguía siendo la misma descripción de mi madre. Pero me faltaba uno de sus libros: el primero, que ganó un conocido concurso literario de aquella época, y que podía tener la prueba definitiva. Pero no tenían ningún ejemplar en la biblioteca. El libro estaba agotado y un librero me informó que usted no había autorizado su reedición. Entonces recorrí todas las librerías de usado de la ciudad, sin ningún éxito.

Cuando ya había perdido toda la esperanza de encontrar ese libro, recibí la llamada de una compañera de la facultad para darme la buena noticia de que tenía un ejemplar del libro que buscaba. Cuando lo leí se despejaron todas mis dudas. Su novela se titulaba «Poetas sin cielo», como una poesía escrita por mi madre y que es el argumento de su novela. Segura de que era usted mi padre, reservé una invitación para la presentación de su nueva novela. Pero no deseaba que usted lo supiera hasta no estar segura de qué clase de persona era mi padre, porque me había formado una idea muy negativa de quién había abandonado a mi madre.

Cuando me enteré de su enfermedad, cambié de actitud, pero cuando le he escuchado hoy me he sentido enormemente orgullosa de ser su hija, y quiero creer que tendrá alguna poderosa razón que pueda justificar que la abandonara cuando estaba embarazada de mí. Por desgracia mi madre no tiene la respuesta. Usted no lo sabe, pero fue tan grande el trauma de la separación, que sufrió un ataque de amnesia severa, de la que todavía hoy no se ha recuperado. Sigue sin recordar su relación con usted. Yo me crié con mis abuelos, en una pequeña localidad del norte, pero ellos tampoco estaban al corriente de las relaciones de su hija con usted. Mi madre era una mujer libre e independiente, siempre hacía lo que deseaba, hasta que perdió la memoria. Mis abuelos la acogieron y sigue viviendo allí, pero ahora está sola, porque mis dos abuelos han muerto y yo me he matriculado en la universidad de esta ciudad, la misma donde mi madre y usted se conocieron, ¡hace veinte años!

¡Es cierto que la realidad supera la ficción! Estoy desolado, mi alma me duele más que mi cuerpo, pero para este mal no venden calmantes en las farmacias, solo se pueden encontrar en el infierno. No merezco el afecto de esta hija ignorada; no merezco el afecto de nadie y dudo mucho que ya pueda evitar mi condenación. ¡Casi la deseo como merecido castigo!

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