14. La reconciliación






Han pasado dos días desde la accidentada presentación de mi última novela. No es mucho tiempo para asumir que ahora soy el padre de una joven encantadora. He recibido una dura lección, pero no es más que el principio de mi redención. He vivido veinte años de soledad y aislamiento y ahora me resulta difícil asumir que tengo que dedicar algo de mi tiempo en pensar en los demás.

Desconozco cuáles son las responsabilidades de un padre. Noemí es tan independiente como su madre y no necesita que nadie le diga lo que tiene que hacer o cómo lo tiene que hacer, y no me crea grandes responsabilidades. Seguirá viviendo en el apartamento que comparte con dos compañeras de la universidad, pero haremos lo posible por cenar juntos dos o tres veces a la semana en mi apartamento. Alicia se ha ofrecido a ser nuestra cocinera, y nos deleitará con sus deliciosos guisos locales. Noemí confiesa que no es muy hábil en la cocina, es una joven entregada a su carrera. Creo que ha heredado la pasión mía por la literatura y la sensibilidad de su madre para la poesía.

No puedo decir si tiene o no talento, todavía no ha tenido tiempo ni oportunidad de ponerse a prueba. No ha escrito nada importante. Pero siempre he creído que el talento no se hereda, sino que se nace ya con él. No está en los genes; está en la mente y en el alma y debemos adquirirlo en el mismo instante de nuestra gestación. Puede que nos venga del cosmos o de algún fallecido en ese mismo instante.

Creo en la transmigración, porque el espíritu, como la energía, no se destruye, se transforma. Desde el principio de los tiempos hay un espíritu universal, al que los creyentes llaman Dios, de donde provienen todos los de los seres animados. La prueba evidente de la transmigración es que en mi familia no hay artistas ni escritores, solo personas normales, preocupadas por cosas normales. Tal vez haya habido alguno entre mis remotos ancestros, pero yo lo desconozco.

Mi enfermedad sigue su diabólico curso y no me deja mucho tiempo libre y sin dolores. Tengo que acudir con frecuencia al hospital para seguir un doloroso tratamiento. A cambio de soportar todas estas molestias me aseguran poder prolongar el tiempo que me quede de vida y que necesito para poner en orden mi conciencia.

Como era de esperar, mi última novela ha triplicado las ventas de las anteriores. La muerte es un extraordinario reclamo. Mi editor no puede ocultar su satisfacción, aunque se muestre compasivo. Los medios de comunicación me acosan y he tenido que cambiar de número de teléfono. Los mensajes de condolencia son abrumadores, me resulta imposible leerlos todos. Pero por fortuna aún desconocen mi inesperada paternidad, deben creer que la joven que me acompaña es mi última conquista.

En cuanto a Alicia, no puedo negar que siento por ella un profundo afecto, pero no se puede llamar amor, porque en estos críticos momentos desconozco el significado de esta hermosa palabra. Ella parece resignada y creo que, a pesar de todo, es feliz solo con poder estar a mi lado y servirme de ayuda. Sí, debe ser su destino el que no sea correspondida. No ha tenido suerte en la elección de sus amantes.

Ella y Noemí parecen entenderse bien, y comparten las mismas inquietudes. Creo que se han hecho buenas amigas. Pero esta pasajera felicidad tiene una oscura sombra: ¡su madre!

He hablado con Noemí sobre ella, no es un tema fácil. Noemí cree que mi presencia podría ayudarla a recobrar la memoria. Pero yo me pregunto si no será mejor que mantenga su amnesia. No debe ser para ella nada grato el recordar mi traición. Si recobra la memoria tal vez pueda perdonarme, pero también puede aumentar su resentimiento hacia mí. Por mi culpa ha malogrado veinte preciosos años de su existencia, no hay penitencia lo suficientemente grande para compensar su sufrimiento.

Sé que a Noemí le haría enormemente feliz vernos juntos otra vez. Como si el tiempo no hubiera transcurrido, y reconstruir el pasado en el momento en que éramos más felices. Cuando escribió aquel corto y apasionado poema para decirme, con cuatro rimas, cuánto me amaba, y que ha marcado nuestras vidas.

Hoy cenaremos en mi apartamento. Mis dos mujeres llegarán de un momento a otro y tengo que poner un poco de orden. No me encuentro muy bien, a pesar de los calmantes que hacen estragos en mi estómago, persiste un dolor constante que consigue hacerme perder la calma y agriar mi buen carácter.

Es asombroso y tristemente paradójico que durante los últimos veinte años en los que he gozado de una excelente salud no creo haber tenido ni cinco minutos de felicidad, y cuando mi salud se ha quebrantado no soy capaz de gestionar tantos momentos de felicidad, he conocido a una extraordinaria mujer y he recuperado una hija ignorada! Vivir es un juego que consiste en hacer lo contrario de lo que consideramos razonable.

La primera en llegar ha sido Alicia. Ha venido con algo de antelación para que cuando llegue Noemí esté a punto la cena. Se interesa por mi salud. Me sugiere que dado el estado en que me encuentro debería tener alguien que cuidase de mí las 24 horas del día y probablemente tiene razón, pero insisto que no ha llegado todavía el momento.

—¿Y cuándo llegará ese momento, cuando esté muerto?

Ha sido una reacción espontánea, pero lamenta habérmelo dicho. Está profundamente arrepentida.

—¡Perdóneme; yo no quería...!

—No hay nada que perdonar —la interrumpo—, llevas razón y sé que tú misma lo harías con agrado, pero no puedo aceptar tu ayuda. Antes tengo que terminar de pagar mis deudas. La madre de Noemí necesita más ayuda que la que necesito yo, y ella cree que mi presencia puede hacer que recupere la memoria. Pero no sé cómo reaccionaría si recuerda nuestra relación.

Alicia ha entendido lo que no me atrevo a decir. Ahora su rival es la madre de Noemí, porque si aceptase perdonarme ella sería quien cuidaría de mí hasta el día de mi muerte.

—Lo comprendo, una vez más se cumple mi triste destino: nunca seré correspondida por las personas a quienes amo. De nada me ha servido todos mis esfuerzos para vivir este momento. Siempre soy la última de la fila, y cuando llego yo se ha terminado lo que estaban regalando.

Alicia ha vuelto a deleitarme con sus guisos, pero Noemí no parece haber disfrutado de la cena. Ha permanecido ausente y con su pensamiento lejos de aquí. Antes de venir habló con su madre por teléfono y cree que está profundamente deprimida y desorientada.

—Teme olvidarse también de mí —comenta angustiada—. Me ha enviado un verso que reflejan su confusión y lamentable estado anímico. Tenemos que tomar una decisión esta misma noche.




Hoy he soñado que soñaba,

que tú no eras quien eras,

que el tiempo no tenía tiempo,

y que la muerte había muerto.




No puedo evitar comparar este verso con el de hace veinte años. A pesar de todos esos años olvidados, sigue siendo una gran poetisa.

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