15. La amnesia

Le ruego a Noemí que me cuente todo lo que recuerda de su madre después de su ataque de amnesia.

—Lo que sé de los primeros años, de los que apenas guardo un borrosa imagen, me lo han contado mis abuelos.

Noemí no parece estar muy entusiasmada con mi sugerencia. Deben ser recuerdos tristes. Recuerdos de una niña criada por dos ancianos y una madre sin pasado, sin que pueda contar a su hija cómo se gestó, por quién y dónde. Sin que fuera capaz ni siquiera de mencionar el nombre de su posible padre. No solo no ha tenido un padre desconocido, sino olvidado. Pero le ruego que intente superar su tristeza y prosiga. Antes de que nos encontremos necesito saber cómo han transcurrido todos estos años de olvido.

—No sabemos nada de cómo se produjo la separación —continuó superando la tristeza de revivir su infancia—, pero debió ser muy dolorosa porque no recordaba nada de lo sucedido y ni siquiera recordaba quiénes eran sus padres o dónde vivía. Una policía la encontró dormitando en un parque y afortunadamente pudieron identificarla gracias a una receta de un medicamento contra las náuseas del embarazo, porque no llevaba ningún documento oficial de identidad. Pero no podían dejarla sola en aquel estado, y localizaron a mis abuelos, que la acogieron. Y eso es todo lo que sabemos de los primeros días de su amnesia.

Noemí ha cambiado varias miradas inquietantes conmigo. Posiblemente todavía se esté preguntando si después de todo merezco su perdón. Yo permanezco en un patético silencio, sin atreverme a decir nada en mi defensa. Yo solo conozco la historia a partir de un domingo en que habíamos acordado asistir a la proyección de una película de Oscar Wilde, pero yo nunca acudí a la cita... mientras ella esperaba inútilmente en las puertas del cine, ¡yo estaba en la cama de mi seductora agente! ¿Tendré el valor de confesarlo? ¡Si no lo confieso mi conciencia nunca estará tranquila! Esperaré a conocer toda la historia. Le ruego que me cuente qué pasó durante los años siguientes. Mi pobre hija está rememorando una parte de su vida que posiblemente desee también ella olvidar, pero se sobrepone y continua:

—Mi madre se trasladó a vivir a la pequeña localidad del norte de sus padres, mis abuelos maternos, y todos los esfuerzos por que recuperase la memoria fueron inútiles. Aparentemente podía llevar una vida normal, pero tuvo que aprender a reconocer su propio nombre, el de sus padres, y todas las demás circunstancias posteriores a su amnesia. Cuando nací yo ya era plenamente consciente de todo, excepto de su estancia en esta ciudad y de sus relaciones contigo —se dirige a mí con la misma expresión de velado reproche—. Mi abuelo era un funcionario del Ayuntamiento y consiguió una pequeña pensión para mi madre, porque tenía frecuentes lapsus de memoria y no estaba capacitada para realizar ningún trabajo. Mi abuelo murió cuando yo tenía diez años, su salud empezó a deteriorarse desde el día en que se enteró de la amnesia de mi madre, y mi abuela murió unos meses antes de que me matriculase en la universidad. La pobre fue muy desdichada por todos estos sucesos, pero jamás le hizo ningún reproche a mi madre.

Teníamos una criada desde hacía varios años, antes de que yo naciera, de la misma edad de mi madre, que es quien la acompaña en estos momentos. Yo no podía renunciar a la Universidad, porque conseguí una beca de estudios, con la que sobrevivo en estos momentos. Ella no dejó de escribir poemas, debe de tener escritos los suficientes para llenar una docena de volúmenes, pero se ha negado a publicarlos. Siempre sospeché que te los dedicaba a ti, pero solo debía ser una débil intuición, que no accedía a su consciencia. Tal vez por eso vivía atormentada por la incapacidad de concebir la imagen de quien tenía solo una intuición. Eso es todo lo que puedo contar sobre mi madre.

Alicia nos ha preparado café, que nos sirve mientras guardamos un pensativo silencio. Yo trato de imaginarme a su madre veinte años después, la mujer con la que tendré que reencontrarme muy pronto y rendir cuentas de mi imperdonable comportamiento. Tengo la impresión de que me horrorizará, porque creo ver en su envejecido rostro la indeleble marca del sufrimiento, del que yo soy culpable.

Alicia rompe este tenso silencio:

—Tal vez si recibe un fuerte estímulo para recordar a la persona a quién según parece que sigue amando, recobre la memoria. Alicia ha puesto el dedo en la llaga. No es suficiente con que se reencuentre conmigo, sino con su amante, como si nunca hubiera sucedido mi traición. Alicia parece profundamente afectada, creo que se arrepiente de su sugerencia. Pero mi redención requiere algún sacrificio, y Alicia lo comprenderá y terminará por aceptarlo. Veinte años después tengo que intentar volver a seducir a la misma mujer que traicioné. El destino quiere ponerme a prueba y no puedo defraudarle.

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