6. El mensaje


Apenas he tenido tiempo de reflexionar y ser plenamente consciente de mi lamentable destino y mañana tengo que presentarme en público y hacer la presentación de mi última novela. Soy el esclavo de mi propio éxito, preso de las cláusulas de un draconiano contrato. Hace mucho que he dejado de ser libre para convertirme en un esclavo admirado.

Daría todo lo que poseo para volver atrás y reemprender mi vida junto ella, y que nunca hubiera tenido la torpeza de presentar mi primera novela y un concurso literario, para tener la desgracia de ganarlo. Pero ya es demasiado tarde. Ahora volveré a ser portada de las revistas especializadas, pero para anunciar mi inevitable muerte. Se escribirán panegíricos llenos de elogios y virtudes que seguramente no tengo, pero a los muertos se les ensalza o se les mancilla, pero rara vez se les respeta.

Seguramente que se triplicarán la6 ventas de mis libros, por lo que mi prematura muerte es un magnífico negocio para mi editorial, para las imprentas y para las librerías. Estos llorarán mi muerte con lágrimas de cocodrilo. Mi agente me visitará repetidas veces para asegurarse su comisión tras de mi muerte. El editor también me visitará, y con afectada tristeza, me hará firmar un nuevo contrato para asegurarse la exclusiva de mis libros cuando deje este mundo. Recibiré miles de condolencias de mis admiradores, y serán tan hipócritas que desearán mi pronta mejoría, pero en el fondo mi muerte es mucho más morbosa y excitante para ellos.

¿Y qué será de mi obra? ¿Cuánto tiempo permanecerá en la memoria de mis actuales admiradores? Un escritor muerto solo es rentable mientras dure sus funerales y homenajes, después otros escritores vivos ocuparán mi vacío, y seguramente serán víctimas de mi misma enfermedad. No es probable que me sobreviva mucho tiempo. Siempre he tenido la sensación de que estaba escribiendo lo que los lectores querían leer no lo que yo deseaba escribir. Nunca sabré que clase de escritor soy porque realmente nunca me he puesto a prueba. Todo ha resultado demasiado fácil para ser importante. No hay mayor desgracia para un escritor de vocación que ganar un concurso a una temprana edad ni peor tortura que triunfar en algo que no te gusta. Para escribir lo que te dicta tu propia intuición es necesario no pensar en los lectores por lo menos hasta haber cumplido los cuarenta. Yo soy una de esas víctimas.

Intento apartar de mi mente estos patéticos pensamientos leyendo alguno de los numerosos mensajes que recibo cada día. Hoy no quiero leer ese coro de elogios de los que parecen haber nacido para admirar a cualquiera que tenga su nombre impreso en algún lugar que no sea su documento de identidad o en el buzón del correo postal. La mayoría me admiran solo porque tengo otros cientos de admiradores y seguidores, pero en realidad no saben por qué me admiran. Todos esperan lo mismo de mí: una pocas palabras de respuesta del mito al que están subyugados para sentirse bendecidos por la gracia divina. Las de estos admiradores incondicionales son una breves frases que deben tener guardadas en la memoria del ordenador para enviarlas a sus escritores favoritos: «Muy buena su última novela», «Me ha enganchado su última novela», «He disfrutado con su última novela», «Me ha encantado su última novela»; etc. ¿Y qué puedo responder? Les podría dar unas enormes gracias y que se las repartan entre ellos.

Pero hay un mensaje que llama mi atención. Es el de una joven. No puedo explicarlo, pero su imagen me produce desasosiego e inquietud. Tal vez sea porque hay algo común en nuestros rasgos; o por su altiva y provocadora mirada, y sin embargo, hay algo de dulzura en su rostro. Tengo la impresión de que su arrogancia oculta una personalidad vulnerable. Casi no me atrevo a leer su mensaje, presiento que no será favorable y no tengo el día para soportar críticas. Después de todo los elogios son un bálsamo, no curan pero calman; las críticas son una amarga medicina, saben mal pero curan. Me atrevo a leerlo:

«Hola, soy una aspirante a escritora que ha leído todas sus novelas y en mi modesta opinión solo hay una que tiene una buena motivación: la primera, el resto son aceptables, pero carecen de esta importante cualidad. Parece como si después de la primera novela usted hubiera perdido la motivación de la primera. En cuanto a su última novela, lamento decirle que parece como si hubiera perdido tanto la motivación como la inspiración. Disculpe que sea tan sincera, pero esa es mi opinión. Noemí.»

Quién quiera que seas, Noemí, ¡has descubierto mi secreto mejor guardado! Confieso que esta severa crítica de una jovencita arrogante y engreída me ha afectado. No debería preocuparme, todas la invitaciones para la presentación de mi nueva novela están reservadas desde hace una semana, y las críticas no han sido muy efusivas pero tampoco malas, pero lo que me sorprende es la seguridad de sus juicios, que coinciden plenamente con la realidad de mi carrera literaria. Es cierto que las novelas posteriores a la primera las escribí influenciado por mi agente literario, no por un ser humano, y que no las escribió el artista sino el profesional con un buen estilo. Y ese rostro... esa expresión... esos rasgos tan similares a los míos; la frente despejada, los hoyuelos de las mejillas y la ligera caída de los párpados... son idénticos. Pero me pregunto ¿quién es esta misteriosa Noemí? No hay nada en su perfil que la identifique, ni dónde estudió, ni donde vive, ni fotografías, ni un blog; ¡nada! Le respondo:

«Estimada Noemí, tu dura crítica ha herido mi amor propio, pero agradezco tu sinceridad. No me cabe la menor de que serás una gran escritora. Soy consciente de que ninguna de mis novelas merecerá ni un modesto rincón de la posteridad. Si escribiera pensando en la posteridad perdería prácticamente todos mis lectores. En los tiempos que nos ha tocado vivir ningún escritor puede estar por encima del nivel intelectual de sus lectores, porque de ser así les haría sentirse culpables e ignorantes. Si apareces media docena de veces en un canal de televisión de gran audiencia y tienes algún atractivo físico, te conviertes automáticamente en el ídolo de millares de personas que han nacido para ser seguidores. Los medios tienen tanto poder que si se lo propusieran harían que ganara el premio Nobel el redactor de las crónicas de sucesos de un periódico de provincias. Si los medios te han idealizado, puedes escribir cualquier cosa, porque no dejarán de admirarte. Mi última novela no es brillante, es tan normal y corriente como los lectores normales y corrientes que disfrutaran con su lectura, porque habla en su mismo idioma, tiene sus mismos vicios y virtudes. En fin, esa es la novela que ellos mismos escribirían, pero yo les he ahorrado ese penoso trabajo. La mayoría de los escritores actuales no perseguimos a los lectores sino a los periodistas y a los creadores de imagen, que son los que realmente gobiernan el mundo. Si sueñas con ser una escritora fuera de lo común, tu vida transcurrirá dentro de ese mismo sueño fuera de lo común, y nunca podrás vivir en la realidad. Espero tu comprensión. Un afectuoso saludo»

Lo envío. Me parece una buena réplica, pero tengo que admitir que su crítica tiene fundamento. No debo mi fama a mi supuesto talento sino a la popularidad que me dio mi primera novela, y que ella me inspiró, y el inteligente marketing de mi protectora. Yo no tengo más mérito que haber sabido interpretar sus consejos, su profundo conocimiento de la psicología de los lectores y sus acertadas ideas, con mi capacidad para escribirlos con un estilo aceptable. Pero estoy seguro de que habrá cientos de escritores con mucho más talento que yo que no han tenido mi misma suerte.

Acabo de recibir un nuevo mensaje de Noemí. Me pregunto cómo habrá interpretado mi réplica. Podría borrarlo. Después de todo es solo la opinión de una joven inmadura, no tengo por qué tenerla en consideración. Me sobran los admiradores y ya no me preocupa ni el éxito ni el fracaso, porque ya no habrá más novelas que criticar. Ella lleva razón: carezco de musa y de inspiración. Pero siento curiosidad por conocer su opinión y lo abro:

«Sí, las buenas novelas necesitan buenos lectores, por eso son tan escasas. Pero los buenos escritores hacen los buenos lectores, y si escribe usted novelas mediocres siempre tendrá lectores mediocres. Espero con gran interés escuchar sus opiniones en la presentación de su nueva novela. Un cordial saludo y nos vemos mañana. Noemí.»

Me hiere, pero lo acepto. Lleva toda la razón: cada lector tiene el autor que se merece. Sin duda yo soy uno de los culpables de la mediocridad de los lectores, porque me he conformado con sus halagos sin preocuparme si eran o no fundados. Ya es demasiado tarde para rectificar. ¿Qué puedo decir yo sobre la novela si no he escrito jamás una verdadera novela?

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